Otro
aniversario de Gil y Carrasco: 170 años
CASIMIRO
BODELÓN SÁNCHEZ PSICÓLOGO CLÍNICO
26/02/2016
En la
mañana berlinesa, nublada y húmeda, del domingo 22 de febrero de 1846, cerraba
sus ojos a la vida, lejos de su tierra, un joven berciano de pura cepa: don
Enrique María Manuel Gil y Carrasco. La joven promesa romántica de nuestro
escritor y poeta no resistió el envite tuberculoso y sus pulmones, encharcados,
dejaron de insuflarle aire limpio y suficiente como el que se respiraba en el
Bierzo.
El lago
de Carucedo, hoy como entonces, tiende con densa niebla un velo sobre sus
gélidas aguas para que sobre él vuelva a revolotear el espíritu observador y
curioso del poeta. Las gotas del rocío mañanero, en forma de fina lluvia,
cuelgan tristes, casi heladas, de la hojarasca seca de los jóvenes robles,
otras descansan humedeciendo la seca y punzante tamuja de los pinos. Por su
parte, miles de pulgares de añosas cepas recién podadas lloran savia de sus
entrañas, en recuerdo del vate que observó sus pámpanos y degustó sus frutos.
Desde
las enhiestas torres del Castillo ponferradino, los templarios, cual fantasmas
vueltos del ayer, vigilan las curvas del Sil y del Boeza por si flotando sobre
sus aguas pudiera aparecer en este aniversario, el espíritu de don Enrique, su
cantor enamorado. Pero quién es este hombre que hoy merece otro homenaje, otro
«recuerdo», se dirá más de un joven estudiante, poco avezado a las lecturas y
menos a los versos que cantan a la «Niebla pálida y sutil», a la «Gota de
humilde rocío» o que expresan la angustia del solitario romántico: «Yo no tengo
una madre ni una esposa/ que vengan a llorar en mi ataúd/ ni quien escriba en
la extranjera losa/ las penas de mi amarga juventud». ¿Quién es ese hombre,
frágil y timorato, cursi, dirá alguno hoy tal vez, que escribe un hermosísimo
poema a la humilde Violeta, reclamando su presencia para adornar su tumba?:
«Ven a mi tumba a adornar, triste viola,/ y embalsama su oscura soledad;/ sé de
su pobre césped la aureola/ con tu vaga y poética beldad».
En
breves líneas, porque no cabe más en un obituario, para recuerdo del ayer y del
hoy, diremos que Gil y Carrasco, poeta y escritor puntero del romanticismo
español que se codeó de tú a tú con Espronceda, Martínez de la Rosa, Zorrilla y
todo el Parnasillo madrileño y su Liceo, nació en Villafranca del Bierzo un 15
de julio de 1815 y, situada su familia en Ponferrada, él cursó los primeros
estudios en los Agustinos de la ciudad; tras un año interno en el monasterio de
San Andrés en Vega de Espinareda, cursó otros dos en el Seminario Diocesano de
Astorga y, seguidamente en Valladolid inició la carrera de Derecho,
terminándola ya en Madrid. Pues bien, este prohombre, con solo 30 años y unos
pocos meses, falleció el 22 de febrero de 1846, desempeñando una importante
legación diplomática en Berlín, donde en su corta estancia, poco más de dos
años, conquistó la amistad y admiración del rey Federico Guillermo IV de Prusia
y de su familia, quien lo condecoró con la Medalla de Oro, distinción reservada
a las personas sobresalientes en las Artes y en las Letras. Contó, además, con
buenos amigos entre los diplomáticos de otros países con legación en Berlín y
prestó, a través de sus puntuales y detallados informes, un gran servicio al
Reino de España presidido por la jovencísima Reina Isabel II, durante los
gobiernos del Conde de Toreno, de Mendizábal y de Madoz.
Hoy,
recordando al autor de El Señor de Bembibre, que algo sonará a nuestros jóvenes
estudiantes, y que fue calificada por don Guillermo Díaz Plaja como «una de las
mejores novelas históricas españolas»; recordando al autor de El lago de
Carucedo y de Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, dedicado éste
al Bierzo que fue provincia (con capital en Villafranca) durante el Trienio
Liberal, y recordando finalmente al fecundo poeta que, en sus pocos años de
vida, nos dejó un hermoso ramillete de poemas románticos, para memoria y honra
del mismo y para ilustración de nuestros jóvenes estudiantes, hoy le dedicamos
los mismo versos que le escribiera otro compatriota que visitó su tumba en el
cementerio berlinés, en 1856, décimo aniversario de su muerte. Dicen así esos
versos que acompañó al depositar sobre la tumba un pequeño tiesto con violetas:
«¡Mas
sola allí… sin flores… sin verdura…/ Bajo su cruz de hierro se levanta/ De un
hispano cantor la sepultura!.../Delante de su cruz tuve mi planta…/ Y soñé que
en su rótulo leía:/’¡Nunca duerme entre flores quien las canta!’/ ¡Pobre césped
marchito! ¡Quién diría/Que el cantor de las flores, en tu seno/ Durmiera tan
sin flores algún día!/ (…) ¡Ay del vate infeliz que, amortajado/Con su negro
ropón de peregrino,/ Yace en su propia tumba desterrado!».
Murió
no desterrado, pero sí lejos de los suyos, lejos de su familia, que vivía en
Ponferrada, prestando un buen servicio a su Patria, en la legación diplomática;
pero hoy, gracias a los esfuerzos de otro prócer villafranquino, un Álvarez de
Toledo, sus restos mortales volvieron a la Villafranca natal y allí descansan,
desde mayo de 1987, en una sencilla tumba en la iglesia de San Francisco.
Descanse en paz y en casa nuestro querido y recordado paisano don Enrique Gil y
Carrasco.
http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/otro-aniversario-gil-carrasco-170-anos_1049108.html
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