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sábado, 27 de febrero de 2016

ANIVERSARIO DE E. GIL Y CARRASCO POR CASIMIRO BODELÓN

Otro aniversario de Gil y Carrasco: 170 años  
CASIMIRO BODELÓN SÁNCHEZ PSICÓLOGO CLÍNICO    
26/02/2016
En la mañana berlinesa, nublada y húmeda, del domingo 22 de febrero de 1846, cerraba sus ojos a la vida, lejos de su tierra, un joven berciano de pura cepa: don Enrique María Manuel Gil y Carrasco. La joven promesa romántica de nuestro escritor y poeta no resistió el envite tuberculoso y sus pulmones, encharcados, dejaron de insuflarle aire limpio y suficiente como el que se respiraba en el Bierzo.

El lago de Carucedo, hoy como entonces, tiende con densa niebla un velo sobre sus gélidas aguas para que sobre él vuelva a revolotear el espíritu observador y curioso del poeta. Las gotas del rocío mañanero, en forma de fina lluvia, cuelgan tristes, casi heladas, de la hojarasca seca de los jóvenes robles, otras descansan humedeciendo la seca y punzante tamuja de los pinos. Por su parte, miles de pulgares de añosas cepas recién podadas lloran savia de sus entrañas, en recuerdo del vate que observó sus pámpanos y degustó sus frutos.

Desde las enhiestas torres del Castillo ponferradino, los templarios, cual fantasmas vueltos del ayer, vigilan las curvas del Sil y del Boeza por si flotando sobre sus aguas pudiera aparecer en este aniversario, el espíritu de don Enrique, su cantor enamorado. Pero quién es este hombre que hoy merece otro homenaje, otro «recuerdo», se dirá más de un joven estudiante, poco avezado a las lecturas y menos a los versos que cantan a la «Niebla pálida y sutil», a la «Gota de humilde rocío» o que expresan la angustia del solitario romántico: «Yo no tengo una madre ni una esposa/ que vengan a llorar en mi ataúd/ ni quien escriba en la extranjera losa/ las penas de mi amarga juventud». ¿Quién es ese hombre, frágil y timorato, cursi, dirá alguno hoy tal vez, que escribe un hermosísimo poema a la humilde Violeta, reclamando su presencia para adornar su tumba?: «Ven a mi tumba a adornar, triste viola,/ y embalsama su oscura soledad;/ sé de su pobre césped la aureola/ con tu vaga y poética beldad».

En breves líneas, porque no cabe más en un obituario, para recuerdo del ayer y del hoy, diremos que Gil y Carrasco, poeta y escritor puntero del romanticismo español que se codeó de tú a tú con Espronceda, Martínez de la Rosa, Zorrilla y todo el Parnasillo madrileño y su Liceo, nació en Villafranca del Bierzo un 15 de julio de 1815 y, situada su familia en Ponferrada, él cursó los primeros estudios en los Agustinos de la ciudad; tras un año interno en el monasterio de San Andrés en Vega de Espinareda, cursó otros dos en el Seminario Diocesano de Astorga y, seguidamente en Valladolid inició la carrera de Derecho, terminándola ya en Madrid. Pues bien, este prohombre, con solo 30 años y unos pocos meses, falleció el 22 de febrero de 1846, desempeñando una importante legación diplomática en Berlín, donde en su corta estancia, poco más de dos años, conquistó la amistad y admiración del rey Federico Guillermo IV de Prusia y de su familia, quien lo condecoró con la Medalla de Oro, distinción reservada a las personas sobresalientes en las Artes y en las Letras. Contó, además, con buenos amigos entre los diplomáticos de otros países con legación en Berlín y prestó, a través de sus puntuales y detallados informes, un gran servicio al Reino de España presidido por la jovencísima Reina Isabel II, durante los gobiernos del Conde de Toreno, de Mendizábal y de Madoz.
Hoy, recordando al autor de El Señor de Bembibre, que algo sonará a nuestros jóvenes estudiantes, y que fue calificada por don Guillermo Díaz Plaja como «una de las mejores novelas históricas españolas»; recordando al autor de El lago de Carucedo y de Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, dedicado éste al Bierzo que fue provincia (con capital en Villafranca) durante el Trienio Liberal, y recordando finalmente al fecundo poeta que, en sus pocos años de vida, nos dejó un hermoso ramillete de poemas románticos, para memoria y honra del mismo y para ilustración de nuestros jóvenes estudiantes, hoy le dedicamos los mismo versos que le escribiera otro compatriota que visitó su tumba en el cementerio berlinés, en 1856, décimo aniversario de su muerte. Dicen así esos versos que acompañó al depositar sobre la tumba un pequeño tiesto con violetas:

«¡Mas sola allí… sin flores… sin verdura…/ Bajo su cruz de hierro se levanta/ De un hispano cantor la sepultura!.../Delante de su cruz tuve mi planta…/ Y soñé que en su rótulo leía:/’¡Nunca duerme entre flores quien las canta!’/ ¡Pobre césped marchito! ¡Quién diría/Que el cantor de las flores, en tu seno/ Durmiera tan sin flores algún día!/ (…) ¡Ay del vate infeliz que, amortajado/Con su negro ropón de peregrino,/ Yace en su propia tumba desterrado!».

Murió no desterrado, pero sí lejos de los suyos, lejos de su familia, que vivía en Ponferrada, prestando un buen servicio a su Patria, en la legación diplomática; pero hoy, gracias a los esfuerzos de otro prócer villafranquino, un Álvarez de Toledo, sus restos mortales volvieron a la Villafranca natal y allí descansan, desde mayo de 1987, en una sencilla tumba en la iglesia de San Francisco. Descanse en paz y en casa nuestro querido y recordado paisano don Enrique Gil y Carrasco.

http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/otro-aniversario-gil-carrasco-170-anos_1049108.html

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