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jueves, 23 de abril de 2020


CARTA A DIOS DESDE EL HOSPITAL

Querido Dios:
Dentro de esta catástrofe he visto y sigo viendo, lo vivo en primera línea, muchos rostros humanos –de toda clase y condición-, mirando al cielo con ojos desencajados, y diciendo: “Dios, Dios, ¿dónde estás? ¿Qué nos estás haciendo, tú que eres bueno? ¿Sabe alguien, pregunto, dónde está Dios? ¿Le ha visto alguien por casualidad?” Yo no, desde luego, y soy un creyente asustado. Pero luego he pensado y me digo: ¡Qué error! Si tú, Dios, estás aquí, en mi compañero Vicente, hombre de campo, bueno como el pan bendito. Dios, tú estás en todos estos médicos, enfermeras, auxiliares, en los ángeles que asean y desinfectan las habitaciones, todos ellos son tus manos increíbles, Dios, las tuyas. Esas manos que cuidan de nuestra salud y de nuestras vidas.
Tus manos, Dios, son las de los guardias civiles y policías que nos protegen y defienden arriesgando sus vidas; tus manos, Dios, son las de las maestras y maestros que cuidan, enseñan y educan a nuestros pequeños y jóvenes; tus manos, Dios, son los padres y madres que nos han traído al mundo como regalo tuyo. ¡Ay, los padres…! ¡Cómo valoráis ahora a esos maestros y profesores que os liberaban a diario de de vuestros retoños! Ellos bregan a diario con 15, 20, 25,… todo un rebañín, al que cuidan con esmero. ¡Y pensaban algunos que esos maestros tienen muchas vacaciones! Sabéis ahora lo agotador que resulta cuidar a diario y educar adecuadamente a uno o dos, ya no digo si son tres, y ellos todos los días pastorean ese pequeño rebaño de corderos, a veces, también algún cabritillo, por muy poco sueldo para la importante labor que es educar.
Por cierto, Dios, yo creo que todos los servidores públicos, si son buenos y honrados en su labor deberían cobrar más por hacer el servicio cercano de tus manos.
Dios, perdona si te pregunto: ¿Cómo es eso de que un ministro cobre seis veces más que un maestro? Esto es una prostitución. El ministro (minuster) en origen era el ayudante del maestro (magister). Pues si ponemos el carro delante de los bueyes, eso no lo arreglas ni con San Demetrio.
Tú, Dios, que sabes hasta latín, sabes que minus es menos y magis es más y ter significa “tres” (la perfección). O sea, que los de –ter, no son de RENFE, sino tus viceministros. ¡Haz que les valoren más! A ti es posible hasta que te escuchen, por miedo o por vergüenza…
Ahí, en todos y más en los nombrados, están tus manos que aúpan, cuidan y acompañan, día a día en turnos de mañana, tarde y noche a pequeños y mayores, a jóvenes y ancianos, a enfermos y sanos. Yo, miserable, sin enterarme de que tú estás siempre al lado de cada uno de nosotros. ¡Digo esto Señor, porque te preguntaba dónde estabas! ¡Perdóname Señor, pero es que no te dejas ver, andas disfrazado y mimetizado en cada compañero de viaje.
Si, ahora entiendo la parábola de San Demetrio que narra Albert Camus en su obra “Los justos”. Permite que la recuerde:
            Cuenta la narración que Dios, ese que cada uno busca para pedirle una recomendación, cuenta que ese Dios invisible, quería hablar con San Demetrio y no teniendo oficina fija para recibir, le citó en el desierto, ya sabes, muy socorrido.
            San Demetrio, raudo como una liebre, corrió hacia el desierto, pero hete aquí que se topó en su carrera con un labriego desesperado que gritaba a sus bueyes hundidos en el fango con la carreta, y el bueno de San Demetrio se paró, se remangó y, sin buzo protector, al igual que nuestros médicos y demás, se embadurnó hasta las cejas jugándose la vida. ¿Resultado? Que desatascó la carreta, pero llegó tarde a la cita y ya no te encontró. Eso dice A. Camus, pero yo le desmiento. La fábula también dice, y no en letra pequeña, que San Demetrio, sin darse cuenta, se encontró puntualmente contigo, disfrazado de labriego con carreta atascada ¡Vaya broma! No sabía Camus, porque nadie se lo enseñó, que Dios nunca cita a nadie en el desierto, símbolo del vacío.
Tú, buen Dios, nos desconciertas, por no decirte algo irrespetuoso, y nos citas en la oficina de “carretas atascadas”. Eso nos angustia y alguno te maldice por ello y hasta se cisca. Perdónale, perdóname, cuando sufrimos no sabemos lo que decimos. El problema está, Dios, en que vamos por la vida mirando al suelo, mirando el móvil ensimismados y en lugar de caminar como bípedos erectos, mirando al frente con ojos bien abiertos, malgastamos gran parte de la vida mirándonos al ombligo, esa cicatriz que nos recuerda que otros nos trajeron con mucho amor y dolor a este mundo, ataditos para que no nos fuéramos por el sumidero.
Todos somos por y para los otros. Eso es ahora, a mis años, que valoro más: médicos, enfermeras, farmacéuticos, cajeras y reponedores del “super”, funcionarios de ventanilla pequeña o grande, maestros vocacionales, camioneros de reparto, conductores de autobús, pilotos de aviación, guardias civiles y todos los cuerpos de protección.
Tú, Señor, eres bueno, nos enseñaste a cuidar al prójimo, al próximo, como única manera de cortar catástrofes como esta; provocada no por ti, que eres bueno, sino por mirarnos y creernos el ombligo del mundo.
Perdónanos, Dios, y sin deseo de molestarte, ¡sí que eres paciente!, te voy a pedir un pequeño favor: dales en tu moneda una paguita extra a todos los anónimos que no salen en la televisión a mentirnos y chulearnos, sino que calladamente nos ayudan sin conocernos. Perdóname por mi tozudez y corrígeme si estoy equivocado. Olvida eso de que nos acordamos de ti y de Santa Bárbara bendita solo cuando truena o buscamos enchufe.
Yo ahora creo que tú no estás en las oficinas de iglesias, mezquitas o sinagogas, a lo sumo estarás una horita de las veinticuatro de tu jornada, normalmente los festivos que todos conocemos bien. Tú, el resto de los días, estás en los hogares, en las oficinas, en las calles, en las escuelas, en los talleres, en las fábricas, en el campo, en los hospitales…y tienes allí puesta tu mirada para que tus manos humanas te ayuden a protegernos como ahora lo están haciendo.
Por cierto, creo que nos falta información adecuada, porque en las iglesias, solo ponen cerrado por falta de curas o por derribo y la gente no sabe que tú estás siempre de guardia con tu ejército de protectores, ya citado más arriba. ¡Ah!, hay alguno de los tuyos que nunca hace guardias pero las cobra y eso es feo. Dale un tirón de orejas, que eres el jefe y te hará caso.
Y ahora, te lo prometo, la última propuesta antes de irme a dormir…Yo creo que tenemos que aprender estas cosas en la escuela, porque las matemáticas, el inglés, la química, la biología, la literatura, la historia… son muy importantes, ¡vaya si lo son!, pero solo ese sustrato latente que ahora ha aflorado, da fuerza para la heroicidad de tus mejores ayudantes de la sanidad, la custodia, la docencia y los servicios.
Tú, el gran servidor, sin anillos, ni capisallos, sin barbas de chivo, ni ojos de gran hermano, sino con la inocencia de un niño, tienes que tener cátedra en la educación, despacho para el consuelo en cada hospital y prisión, en cada residencia de ancianos, porque por esos sitios pasamos todos, cristianos, judíos, musulmanes, budistas,…todos como hijos tuyos.
Mándales un burofax de los tuyos a los políticos que se empeñan en barrer tradiciones religiosas. Yo entiendo que rezar se aprende en familia, en el regazo de padres y abuelos, pero la simbólica religiosa, la filosofía de la religión, la historia de las religiones, la explicación del lenguaje simbólico, ha de enseñarse por personas sensatas y muy cualificadas porque el tema y su pedagogía no puede estar en manos de aficionados y sabes a lo que me refiero. Estoy convencido de que esos políticos ignorantes no son antirreligiosos, sino ignorantes o resentidos y, como no saben leer comprensivamente, confunden enseñar los temas difíciles en pequeñas dosis, con enseñarlo en las “diócesis”. ¿Ves? Por pagar más a los ministros que a los maestros –y ya me callo.
Gracias, Dios, gracias Maestro.
Tuyo afectuosísimo y agradecido servidor, con mi máximo respeto.

Casimiro Bodelón Sánchez
Desde León, en el Hospital “Monte de San Isidro”
A 29 de marzo del 2020