Vivir
de otra manera
Por
José Miguel Núñez
enero 17th,
2016
Rara
vez se pone el acento en el cambio social que Don Bosco impulsa con la obra de
los Oratorios y su proyecto educativo. Y sin embargo su proyecto arremete
contra los rígidos cánones culturales, económicos y sociales de la sociedad de
su tiempo para intentar hacer surgir una realidad diferente, con más
oportunidades para todos. Leemos en los “Apuntes históricos del Oratorio de San
Francisco de Sales” (1862): “En cada año se ha logrado a colocar a varios
centenares de jóvenes junto a buenos empresarios con los que han aprendido un
buen oficio. Muchos volvieron a sus casas y a sus familias de donde habían
huido; y ahora se mostraban más dóciles y obedientes. No pocos fueron empleados
en honestas familias (…) bastantes de ellos encuentran trabajo en las bandas de
música de la guardia nacional o en las bandas militares; otros continúan su
oficio en nuestra casa; un número importante se dedican a la enseñanza; estos
hacen regularmente sus exámenes o quedan aquí en casa y van en calidad de
maestros a los pueblos en que se les requiere; algunos hacen también carreras
civiles”.
Como
dice P. Stella, uno de los mejores conocedores del siglo de Don Bosco: “A
partir de 1863 se asiste a un multiplicarse de colegios, hospicios, escuelas
para artesanos, escuelas agrícolas, seminarios abiertos o regidos por
salesianos y su preferencia por los internados… El colegio salesiano contribuyó
a alimentar, con una sólida formación de jóvenes generaciones, las fuerzas
católicas en Italia y en el mundo”.
El
santo, siendo joven sacerdote, vio, escuchó, supo captar la realidad social de
su tiempo y ponerse manos a la obra para tratar de paliar los efectos
desastrosos de una incipiente pre-revolución industrial y de un masivo éxodo
joven del campo a la ciudad que estaban dejando en la cuneta a los hijos de
nadie. Eran, la mayor parte, emigrados en busca de fortuna, excluidos de la
realidad social que emergía imparable al paso del nuevo orden económico.
En la
Turín del siglo diecinueve, Don Bosco se dio cuenta de que no bastaba partir el
pan de la solidaridad con los más necesitados, sino que era necesario hacer
palanca sobre los rígidos cánones pre-industriales y la nueva economía burguesa
para propiciar un cambio social. Se trataba, en efecto, de dar más a los que
menos tenían y ofrecerles nuevas oportunidades.
La
“obra de los Oratorios”, como Don Bosco llamaba a su proyecto, quiso hacer
protagonistas a los jóvenes de su propio futuro, implicarlos en su desarrollo y
en el cambio social en medio de un mundo que nunca presta suficiente atención a
los más vulnerables.
Sus
resultados fueron más que notables en el campo de la educación, la capacitación
y la inserción social: mejoró las condiciones laborales de sus chicos, redactó
los primeros contratos de trabajo asegurando derechos, se puso a la vanguardia
de la formación profesional y, lo más importante, devolvió dignidad y futuro a
miles de jóvenes. Su proyecto educativo-evangelizador les ayudó a descubrir
cuánto los quería Dios.
Fue la
otra revolución ajena a las grandes ideas culturales, culturales y económicas
que bullían en los países más desarrollados de Europa. Don Bosco impulsó un
cambio social y vislumbró otra realidad que se empeñó en hacer emerger con
todos los recursos a su alcance. La de un mundo diferente en el que nadie es
excluido ni condenado a comer sólo las migajas que caen de la mesa del señor.
En momentos de crisis, la fuerza utópica y la tenacidad de aquel joven
sacerdote turinés son un estímulo para creer que otra realidad es posible aún
en tiempos, como los nuestros, de cambio de paradigma, de pocas certidumbres y
de futuro incierto.
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