CARTA A DIOS DESDE EL HOSPITAL
Querido Dios:
Dentro de esta
catástrofe he visto y sigo viendo, lo vivo en primera línea, muchos rostros
humanos –de toda clase y condición-, mirando al cielo con ojos desencajados, y
diciendo: “Dios, Dios, ¿dónde estás? ¿Qué nos estás haciendo, tú que eres
bueno? ¿Sabe alguien, pregunto, dónde está Dios? ¿Le ha visto alguien por
casualidad?” Yo no, desde luego, y soy un creyente asustado. Pero luego he
pensado y me digo: ¡Qué error! Si tú, Dios, estás aquí, en mi compañero
Vicente, hombre de campo, bueno como el pan bendito. Dios, tú estás en todos
estos médicos, enfermeras, auxiliares, en los ángeles que asean y desinfectan
las habitaciones, todos ellos son tus manos increíbles, Dios, las tuyas. Esas
manos que cuidan de nuestra salud y de nuestras vidas.
Tus manos, Dios,
son las de los guardias civiles y policías que nos protegen y defienden
arriesgando sus vidas; tus manos, Dios, son las de las maestras y maestros que
cuidan, enseñan y educan a nuestros pequeños y jóvenes; tus manos, Dios, son
los padres y madres que nos han traído al mundo como regalo tuyo. ¡Ay, los
padres…! ¡Cómo valoráis ahora a esos maestros y profesores que os liberaban a
diario de de vuestros retoños! Ellos bregan a diario con 15, 20, 25,… todo un rebañín,
al que cuidan con esmero. ¡Y pensaban algunos que esos maestros tienen muchas
vacaciones! Sabéis ahora lo agotador que resulta cuidar a diario y educar
adecuadamente a uno o dos, ya no digo si son tres, y ellos todos los días
pastorean ese pequeño rebaño de corderos, a veces, también algún cabritillo,
por muy poco sueldo para la importante labor que es educar.
Por cierto, Dios,
yo creo que todos los servidores públicos, si son buenos y honrados en su labor
deberían cobrar más por hacer el servicio cercano de tus manos.
Dios, perdona si
te pregunto: ¿Cómo es eso de que un ministro cobre seis veces más que un
maestro? Esto es una prostitución. El ministro (minuster) en origen era el
ayudante del maestro (magister). Pues si ponemos el carro delante de los
bueyes, eso no lo arreglas ni con San Demetrio.
Tú, Dios, que
sabes hasta latín, sabes que minus es menos y magis es más y ter significa
“tres” (la perfección). O sea, que los de –ter, no son de RENFE, sino tus
viceministros. ¡Haz que les valoren más! A ti es posible hasta que te escuchen,
por miedo o por vergüenza…
Ahí, en todos y
más en los nombrados, están tus manos que aúpan, cuidan y acompañan, día a día
en turnos de mañana, tarde y noche a pequeños y mayores, a jóvenes y ancianos,
a enfermos y sanos. Yo, miserable, sin enterarme de que tú estás siempre al
lado de cada uno de nosotros. ¡Digo esto Señor, porque te preguntaba dónde
estabas! ¡Perdóname Señor, pero es que no te dejas ver, andas disfrazado y
mimetizado en cada compañero de viaje.
Si, ahora entiendo
la parábola de San Demetrio que narra Albert Camus en su obra “Los justos”.
Permite que la recuerde:
Cuenta la narración que Dios, ese
que cada uno busca para pedirle una recomendación, cuenta que ese Dios
invisible, quería hablar con San Demetrio y no teniendo oficina fija para
recibir, le citó en el desierto, ya sabes, muy socorrido.
San Demetrio, raudo como una liebre,
corrió hacia el desierto, pero hete aquí que se topó en su carrera con un
labriego desesperado que gritaba a sus bueyes hundidos en el fango con la
carreta, y el bueno de San Demetrio se paró, se remangó y, sin buzo protector,
al igual que nuestros médicos y demás, se embadurnó hasta las cejas jugándose
la vida. ¿Resultado? Que desatascó la carreta, pero llegó tarde a la cita y ya
no te encontró. Eso dice A. Camus, pero yo le desmiento. La fábula también
dice, y no en letra pequeña, que San Demetrio, sin darse cuenta, se encontró
puntualmente contigo, disfrazado de labriego con carreta atascada ¡Vaya broma!
No sabía Camus, porque nadie se lo enseñó, que Dios nunca cita a nadie en el
desierto, símbolo del vacío.
Tú, buen Dios, nos
desconciertas, por no decirte algo irrespetuoso, y nos citas en la oficina de
“carretas atascadas”. Eso nos angustia y alguno te maldice por ello y hasta se
cisca. Perdónale, perdóname, cuando sufrimos no sabemos lo que decimos. El
problema está, Dios, en que vamos por la vida mirando al suelo, mirando el
móvil ensimismados y en lugar de caminar como bípedos erectos, mirando al
frente con ojos bien abiertos, malgastamos gran parte de la vida mirándonos al
ombligo, esa cicatriz que nos recuerda que otros nos trajeron con mucho amor y
dolor a este mundo, ataditos para que no nos fuéramos por el sumidero.
Todos somos por y
para los otros. Eso es ahora, a mis años, que valoro más: médicos, enfermeras,
farmacéuticos, cajeras y reponedores del “super”, funcionarios de ventanilla
pequeña o grande, maestros vocacionales, camioneros de reparto, conductores de
autobús, pilotos de aviación, guardias civiles y todos los cuerpos de
protección.
Tú, Señor, eres
bueno, nos enseñaste a cuidar al prójimo, al próximo, como única manera de
cortar catástrofes como esta; provocada no por ti, que eres bueno, sino por
mirarnos y creernos el ombligo del mundo.
Perdónanos, Dios,
y sin deseo de molestarte, ¡sí que eres paciente!, te voy a pedir un pequeño favor:
dales en tu moneda una paguita extra a todos los anónimos que no salen en la
televisión a mentirnos y chulearnos, sino que calladamente nos ayudan sin
conocernos. Perdóname por mi tozudez y corrígeme si estoy equivocado. Olvida
eso de que nos acordamos de ti y de Santa Bárbara bendita solo cuando truena o
buscamos enchufe.
Yo ahora creo que
tú no estás en las oficinas de iglesias, mezquitas o sinagogas, a lo sumo
estarás una horita de las veinticuatro de tu jornada, normalmente los festivos
que todos conocemos bien. Tú, el resto de los días, estás en los hogares, en
las oficinas, en las calles, en las escuelas, en los talleres, en las fábricas,
en el campo, en los hospitales…y tienes allí puesta tu mirada para que tus
manos humanas te ayuden a protegernos como ahora lo están haciendo.
Por cierto, creo
que nos falta información adecuada, porque en las iglesias, solo ponen cerrado
por falta de curas o por derribo y la gente no sabe que tú estás siempre de
guardia con tu ejército de protectores, ya citado más arriba. ¡Ah!, hay alguno
de los tuyos que nunca hace guardias pero las cobra y eso es feo. Dale un tirón
de orejas, que eres el jefe y te hará caso.
Y ahora, te lo
prometo, la última propuesta antes de irme a dormir…Yo creo que tenemos que
aprender estas cosas en la escuela, porque las matemáticas, el inglés, la
química, la biología, la literatura, la historia… son muy importantes, ¡vaya si
lo son!, pero solo ese sustrato latente que ahora ha aflorado, da fuerza para
la heroicidad de tus mejores ayudantes de la sanidad, la custodia, la docencia
y los servicios.
Tú, el gran
servidor, sin anillos, ni capisallos, sin barbas de chivo, ni ojos de gran
hermano, sino con la inocencia de un niño, tienes que tener cátedra en la
educación, despacho para el consuelo en cada hospital y prisión, en cada
residencia de ancianos, porque por esos sitios pasamos todos, cristianos,
judíos, musulmanes, budistas,…todos como hijos tuyos.
Mándales un burofax
de los tuyos a los políticos que se empeñan en barrer tradiciones religiosas.
Yo entiendo que rezar se aprende en familia, en el regazo de padres y abuelos,
pero la simbólica religiosa, la filosofía de la religión, la historia de las
religiones, la explicación del lenguaje simbólico, ha de enseñarse por personas
sensatas y muy cualificadas porque el tema y su pedagogía no puede estar en
manos de aficionados y sabes a lo que me refiero. Estoy convencido de que esos
políticos ignorantes no son antirreligiosos, sino ignorantes o resentidos y,
como no saben leer comprensivamente, confunden enseñar los temas difíciles en
pequeñas dosis, con enseñarlo en las “diócesis”. ¿Ves? Por pagar más a los
ministros que a los maestros –y ya me callo.
Gracias, Dios, gracias
Maestro.
Tuyo afectuosísimo
y agradecido servidor, con mi máximo respeto.
Casimiro
Bodelón Sánchez
Desde León,
en el Hospital “Monte de San Isidro”
A 29 de
marzo del 2020